La función de los relatos “inmodificables” es precisamente ésta: contra cualquier deseo nuestro de cambiar el destino, nos hacen tocar con nuestras propias manos la imposibilidad de cambiarlo. Y al hacerlo, nos cuenten lo que nos cuenten, cuentan también nuestra historia, y por eso los leemos y los amamos. Necesitamos esa severa lección “represiva”. La narrativa hipertextual puede educarnos a ser libres y creativos. Está bien, pero no lo es todo. Los relatos “ya hechos” nos enseñan también a morir.Acostumbrados como estamos al uso de Internet, cada vez nos parecen más normales los modos de operar que en este mundo rigen: anonimato, libertad, sensación de control, inmediatez, relativismo, diversidad, etc. Sin embargo, encuentro totalmente acertadas las palabras del estudioso italiano. En relatos como el nuestro, suponiendo que toda la comunidad de cibernavegantes participase en él, la impresión de estar decidiendo los senderos que se abren ante nosotros sería (y es) omnipresente. Es un concepto muy relacionado con la transparencia y la globalización.
Creo que esta educación al Sino y a la muerte es una de las funciones principales de la literatura. Quizá haya otras, pero ahora no se me ocurren.
No obstante, soy de los que creen que para saber escribir (y navegar) antes hay que saber leer y ser guiados (algo que, no nos engañemos, también ocurre en la red). Un camino da libertad al creador para plasmar sus ideas con múltiples colores y pinceles, pero el otro es el que educa su vista y sus manos para interpretar las formas y aprovechar esos nuevos recursos. Por eso, para mí ambas formas de creación literaria no son excluyentes, sino maravillosamente complementarias e igual de importantes; y también por eso quería compartir con vosotr@s la forma tan simple y precisa en que Eco lo ha dado ha entender.
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